He vivido el proceso de elección del nuevo papa de una forma peculiar: pasivamente. No he pretendido saber quiénes eran los posibles candidatos, ni cuándo comenzaba el proceso electoral, ni si las fumatas iban siendo blancas o negras. Sinceramente, he vivido el proceso con mucho desapego.
Probablemente, porque hay cosas que no comparto de ese proceso. En primer lugar, no comparto la sensación que se transmite de que el cónclave es un lugar privilegiado de presencia del Espíritu. El Espíritu de Dios está siempre entre nosotros, entre todos nosotros, y es una lástima que, tantas veces, no lo sintamos así. Pretender que un grupo de hombres, por muy eclesiásticos que sean, van a tener una atención especial del Espíritu, que siempre y en todo momento la tiene, me parece algo poco creíble. En el fondo, el problema no es si el Espíritu está ahí de una forma especial, sino si los propios cardenales se abren de forma decidida y responsable a su acción. Ahí está el quiz de la cuestión.
Tampoco comparto el papel que, socialmente, parece atribuírsele al papa. No cuadra ya la imagen de un pastor que guía a sus mansas ovejas, ovejas que ni piensan ni padecen, sino que tan sólo se limitan a obedecer y a dejarse orientar. Esto convertiría al papa en el protagonista de la Iglesia, y, como todos sabemos, esto sería casi blasfemo, pues el auténtico protagonista de la Iglesia es Jesús, vivo y presente en el Espíritu que Dios nos regala. Todos los creyentes vivimos de esa presencia, de una manera más o menos intensa, más o menos comprometida, y eso hace que el Espíritu se manifieste a través de todos y cada uno de los fieles. Por eso, creo que la imagen que mejor representaría el papel del papa es la imagen del líder, desde esas versiones modernas de liderazgo que hacen del líder no al principal agente de una empresa, sino al agente capaz de aglutinar y dar coherencia a la acción de todos sus miembros.
Con todo ello, no creo que la elección de papa sea lo más importante que esté pasando en estos días en la Iglesia, no. Lo más importante es que esta Iglesia, en cada uno de sus miembros, sean los que sean y estén donde estén, siga dando cada vez mejor testimonio de la presencia amorosa del Dios que nos ama tanto y que vivifica continuamente nuestra existencia. Eso sí que es lo importante, eso sí que es presencia viva y especial del Espíritu.
Ojalá que de esto se haya contagiado el cónclave, y que hayan sido permeables a lo que el Espíritu quería soplar a su través. Si es así, el tiempo lo dirá, pero, de momento, hay un par de signos que me parecen sugerentes e interesantes:
- el nuevo papa ha comenzado refiriéndose a su nueva situación como obispo de Roma, obispo del pueblo. Muchas resonancias tiene esto con la tradicional idea del papa como "primum inter pares", uno más entre los obispos de la Iglesia, elegido por el resto de obispos, con un primado de honor, y no investido de un poder casi imperial y divino en exclusiva
- un video en el que vemos al nuevo papa, hasta ahora cardenal Bergoglio, y a partir de ahora Francisco I, transmitir una visión realmente caritativa y testimonial de Caritas.
Iremos viéndolo día a día. Pero teniendo claro que lo más importante no es lo que este nuevo papa aportará a la Iglesia, sino lo que cada uno de nosotros, cristianos, aportaremos. Este es el verdadero reto, salvo que sólo queramos ser cristianos de boquilla, y dejar la responsabilidad a otros.